Cuando el mundo lo habitaban solo los orishas y los hombres creados por Obbatalá viajaban de la tierra al cielo sin ningún problema, cierto día una pareja subió al palacio de Olofin a solicitarle la bendición de tener hijos. Después de reflexionar, el Creador accedió a otorgar ese ashé, pero lo hizo con una condición: que el niño no traspasara los límites de la Tierra (Layé), y así acató el matrimonio.
Pasaron los meses y el niño nació. Fue creciendo y haciéndose cada vez mayor bajo la mirada atenta de sus padres, que aceptaban sus malacrianzas. Cierto día, el muchacho a escondidas atravesó el campo y llegó hasta el espacio de Orun, el Cielo. Allí se mofó de los orishas, faltó el respeto a quienes lo requerían e hizo cuanta travesura se le ocurrió.
Olofin que miraba desde su palacio todo lo que sucedía, cogió su bastón y lo tiró con tanta fuerza, que el Cielo quedó separado de la Tierra. Así apareció la atmósfera y la humanidad perdió la posibilidad de alcanzar el palacio del Creador.