En el principio de la creación del mundo, cuando las personas todavía no sabían las leyes por las que se gobernarían, Olofi las llamó un día a todas al pie de una montaña y les dijo: «Desde hoy, estas son las leyes que tienen que conocer y obedecer, si quieren compartir el cielo conmigo:
Primero, no se robarán los unos a los otros ni matarán a quien no te haga daño, ni a los animales que no necesites para tu sustento. No comerán carne de seres humanos y vivirán en paz con sus hermanos. No desearán nada de sus vecinos, ni sus mujeres, ni su ganado o haciendas. Lo que deseen lo obtendrán por su propio esfuerzo. No maldecirán mi nombre y respetarán a su madre y a su padre.
No han de pedir más de lo que yo pueda darles y se conformarán con su destino en el mundo. No temerán a la muerte, pero tampoco la buscarán por su propia mano. Transmitirán mis mandamientos a sus hijos y sus hijos a los suyos en continuidad. Mis leyes tienen que ser respetadas y de no hacerlo, conocerán mi castigo».